Lucho

Jose Ignacio Henao Salazar


Lo cierto es que una fobia -y aquí me refiero a cualquier fobia- es vergonzosa y limitante. En el caso específico de las cucarachas (katsaridafobia), no solo pone en jaque la virilidad de un machito, sino que también impone restricciones a sus posibilidades de vivienda. En este sentido, envidio a los hombres que no le tienen miedo a las cucarachas o a los que les son indiferentes, y a las mujeres, porque pueden hacer un escándalo en público al ver una, sin convertirse en blanco de burlas sexistas. Cirino, Adriano (agosto de 2021). Mi fobia a las cucarachas y el control de las plagas urbanas. En El Malpensante. Bogotá: pp. 23-24. 22-31

La pertinencia del epígrafe para este escrito solo se captará al finalizar la lectura.

Yo nunca he tenido la capacidad de sumisión para militar en una organización política, por cuanto no acepto el cabezal con anteojeras de los caballos de tiro, que impiden mirar a los lados y, mucho menos, hacia atrás, como lo exigen los partidos y, con mayor rigor, si son de izquierda y con estructuras militares. Siempre me he identificado con posiciones políticas sin aceptar todos sus postulados y manteniendo la distancia suficiente para confrontar lo que no comparto.

Por lo mismo, solo dos años después de retirarme del comité de apoyo a la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos supe que Lucho y Martha andaban con el M19. Y fue de una manera insólita. El Comité estaba integrada por estudiantes de diferentes universidades del valle de Aburrá y, por lo que fui detectando en el camino, por tendencias ideológicas distintas, en uno de los raros periodos en el cual los miembros de la denominada izquierda no estaban enfrentados e inclusive matándose entre sí, por cosa baladíes. La actividad de los integrantes se reducía a la difusión de las consignas del movimiento campesino en su lucha por la tierra, a servir de compañía a sus dirigentes en visitas a médicos y hospitales, y en solucionarles las necesidades alimenticias. De todas maneras, esos movimientos amplios se convertían en el crisol donde los grupos guerrilleros decantaban sus cuadros.

Con los integrantes del Comité tenía una relación de amistad y compañerismo y nunca acepté las insinuaciones de militar en uno de los grupos. Una vez nos reunimos con Lucho y Paco, a discutir documentos de la Asociación, en la casa de campo de la familia de Lucho en Envigado, muy cerca de Otraparte, la casa del escritor Fernando González. Era una construcción tradicional con un área de varias hectáreas, en donde hoy está una urbanización de clase media alta. Esa reunión me permitió conocer algunos aspectos de la historia familiar y académica de Lucho. Estaba casado con  Marta y estudiaba Derecho en la Universidad de Antioquia y mantenía una estrecha relación con algunos profesores, uno de los cuales le prestaba un campero para ciertas actividades. Su padre había desempeñado cargos importantes a nivel nacional, no sé si de procurador o contralor.

Como Lucho y Marta, estudiante de Economía y también integrante del comité,  era la única pareja de esposos en el grupo, en su casa se programaron dos reuniones amplias, con el fin de disfrutar de un sancocho, de unas copas de vino de mala calidad y de la conversación típica de un paseo de jóvenes. Era un escape para salir de las habituales reuniones tan formales y estrictas. En una de esas reuniones descubrí que detrás de la seriedad y la distancia con que nos trataba Lucho, se escondía un drama difícil de explicar.

Lucho estaba de afán en la vida, viajaba por ella a toda velocidad, sin detenerse en los semáforos en rojo ni en los avisos de pare, como si no hubiera mañana. En realidad para él no hubo mañana, como se verá más adelante. Inclusive, cuando llegaba a la universidad en su motocicleta de alto cilindraje, se le veía con Paco, su parcero, recorrer la circunvalar sin respetar los límites de circulación y, a veces, transitando por los pasillos y las zonas verdes. Parecía una exhibición extravagante y arrogante; sin embargo, más tarde, de acuerdo con los acontecimientos,  era un simple ejercicio militar.

Nunca tuve afinidad con Lucho, simplemente compartía las actividades de apoyo a los integrantes de la Asociación de Usuarios Campesinos, junto con otros estudiantes universitarios de diferentes tendencias ideológicas y distintas universidades. Tal vez él, con su frío dogmatismo, o sea, la lógica de un burgués “arrepentido”, desarrolló un complejo de clase, y nos veía como pequeñoburgueses, poco confiables para las tareas revolucionarios de su organización, vinculación que solo descubriría cuando su esposa me citó de manera urgente en una cafetería del Centro.

Con ella mantuve una relación de amistad y compañerismo. Aunque estudiábamos carreras distintas, compartíamos la misma cafetería y nos encontrábamos con frecuencia y hablábamos de temas propios de la academia, algo de política. Jamás habíamos hablado por teléfono; por eso, me pareció extraña la llamada que me hizo para encontrarnos en una cafetería del Centro de Medellín. Mayor fue la sorpresa al llegar al sitio de encuentro y ver a una persona extraña, parecía disfrazada para un carnaval. Tenía un sombrero grande, gafas oscuras, pantalones como de payaso y botas  negras bastante altas. Casi no la reconozco. Pedimos de a tinto y, de una, me soltó la siguiente propuesta: Que le facilitara la casa para intervenir la señal de televisión de los dos únicos canales que funcionaban en ese tiempo. Ese ejercicio de propaganda y sabotaje solo lo hacía el M19, por eso descubrí su militancia; antes me parecían una pareja de esposos normales, con las inquietudes propias de los jóvenes de esa época.

Me salí de la propuesta con una evasiva diplomática, muy común entre los militantes de izquierda de ese tiempo: le informé que estaba quemado, o sea, en la mira de las autoridades y, por tanto, era un riesgo para ellos. Nunca más los volví a ver personalmente, solo las noticias de sus “hazañas” y la foto de Martha en El Colombiano, cuando los integrantes del MAS (Muerte a Secuestradores) la dejaron esposada a una de las rejas del periódico y, un poco más tarde, el asesinato de Lucho en Bogotá.

Nunca se me pasó siquiera por la imaginación los hechos en los cuales se involucraron, especialmente Lucho. A los pocos días del encuentro en la cafetería, participaron en el Secuestro de la hermana de unos mafiosos, compañera de Martha en el colegio, quienes, como retaliación, se unieron con otros compinches y crearon el MAS, grupo que dio origen al paramilitarismo en Colombia. Ese grupo se encargó de perseguir todo lo que oliera a izquierda, especialmente a los relacionados con el M19, y la cacería fue despiadada.

Según Alonso Salazar, en La parábola de Pablo, quien identificó a los secuestradores fue Pablo Escobar, porque antes del hecho, había recibido la información del posible secuestro de un narco por parte del M19. Ante la amenaza, decidió actuar, y a los tres días retuvo a los máximos dirigentes de la organización guerrillera en Medellín, entre los que se encontraba Lucho, y los amenazó; pero, a la vez, les dio dinero, por cuanto mantenía una cordial relación con ellos. Sin embargo, ante el secuestro consumado, al revisar las fotos familiares de la secuestrada, identificó a Lucho en una de ellas y lo acusó de ser el responsable. Y a partir de este descubrimiento desataron una persecución implacable contra la familia de Lucho y Martha y contra el M19.

De todas maneras, después del secuestro, Lucho participó en otras acciones espectaculares, propias de su organización militar, la cual privilegiaba el espectáculo por encima de la educación del pueblo y la conciencia de masas, en términos de izquierda. Al poco tiempo, secuestró dos aviones: el primero, con pasajeros, lo llevó a Cuba y el segundo, de carga, los del M 19 lo llenaron de armas en la Guajira y lo hicieron aterrizar en el río Orteguaza, cuando no pudieron encontrar una pista. Toda esta información la conocí por la prensa, ni siquiera la obtuve con las personas con las cuales compartimos en la Universidad.

No sé si con estas acciones Lucho huía de sí mismo o de algo, tal vez del miedo a las cucarachas, porque no entiendo como una persona que se sube a una cama huyendo de uno de esos bichos, como me tocó verlo una vez en su casa, puede realizar acciones de tanto riesgo y astucia. Con mayor razón teniendo en cuenta su origen social de clase alta, sólida formación universitaria y una familia con altos cargos en el Estado.

Por eso, como dice Changeux, ¿qué es el hombre?

Observadas desde otro planeta, las conductas humanas parecerían muy sorprendentes. El hombre es una de las raras especies animales que mata a sus semejantes de manera deliberada. Mejor dicho, por un lado condena el crimen individual, por otro condecora a los responsables de crímenes colectivos o a los inventores de atroces máquinas de guerra. Ese absurdo loco lo persigue desde la invención del hacha de piedra tallada hasta la puesta a punto de las bombas termonucleares. Ha resistido todas las religiones y todas las filosofías, hasta las más generosas. Como subraya A. Kostler (1967), está sólidamente incrustado en la organización del cerebro del hombre. Pero el hombre también ha pintado la Capilla Sixtina, ha compuesto La consagración de la primavera, ha descubierto el átomo. “¿Qué quimera es, pues, el hombre? ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, que motivo de contradicción, qué prodigio! ¿Qué tiene, pues, en la cabeza, ese homo que se atribuye sin vergüenza el epíteto de sapiens? Changeux, Jean-Pierre (1985). El Hombre neuronal. Madrid: Espasa Calpe, p. 11.

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar